lunes, 16 de junio de 2014


La noche que que Kendi llamó diciendo que iba a morir no pude sentir otra cosa que no sea frío en todo el cuerpo y un nudo en la garganta. No podía dormir y pensamientos horribles pasaban por mi cabeza. Ver a mi mamá llorar me rompía aún más el corazón. No podía estar tranquila conmigo misma, así que acompañé a mi mamá a pasar la noche en el hospital con ella.
Kendi sentía la muerte cerca, ella misma lo dijo, por eso no quería estar sola. Una parte de su ser quería curarse y ser lo que era antes de que todo esto la tirara tan abajo; pero su ser consciente sabía lo que estaba pasando y lo sufría día a día. Su cuerpo le había fallado por completo, pero su cerebro no. Y eso era lo más dañino, cada día pensaba en su hijo que iba a quedar solo, en su familia, en sus afectos, pero era inevitable...cada día le costaba más respirar, decía que le dolía cada rincón de su cuerpo y eso la estaba haciendo sufrir, a ella y a nosotros. Cuando la vi por primera vez en la camilla del Hospital no aguanté mucho sin estallar en lágrimas ¿Cómo se ve a una persona que solía tener tanta energía de esa forma? La miraba y para mí, no era ella. Traté de calmarme, ella odiaba verme llorar.
¿Quién es Kendi? Era la mejor amiga de mi mamá, mi tía de mentiras, me decía; otra guerrera que lamentablemente después de muchas batallas, no pudo contra el cáncer. Una guerrera que movió mar y tierra para poder estar bien, para poder caminar, para poder pasar el cumpleaños de mi mamá con nosotros, pero aún así no pudo contra esa enfermedad que ya tantas vidas se llevó.
La noche que murió hubo paz en mi casa, fue horrible, ninguno de nosotros podía hablar. Esa paz no fue fácil lograr, cada vez que sonaba el teléfono era un momento decisivo y cada vez que su salud empeoraba así lo hacían nuestros nervios.
Nuestro único consuelo, es que ella sólo pedía descansar bien de una vez, quería dormir por días, ya que a su habitación no paraban de entrar enfermeras, médicos a hacerle análisis a toda hora y el ruido del respirador y las sondas tampoco era de gran ayuda. Al no poder dormir, se sentía más incómoda, de mal humor y ya los sedantes ya no le estaban haciendo efecto. Su última semana fue dura para todos.
Ahora sé que está en un lugar mejor sin duda, siendo feliz como tanto lo merece y también sé que tuvo su merecido descanso. Estoy tranquila porque sé que se fue desahogada, dijo todo lo que tenía que decir, perdonó a todos los que tenía que perdonar y sólo pidió que cuidáramos a su hijo, y eso lo tiene más que cumplido.
Aunque aún me cueste creer que no la voy a volver a ver más de fiesta en Año nuevo, o que no voy a volver a comer sus alfajores de maizena, la voy a recordar por todo lo que fue y con esa alegría que siempre transmitió a todos los que la rodeaban.
En paz descanse